BERNARDINO DE OBREGÓN

En 1637, la Nobleza de Madrid y el Ayuntamiento de la Villa, apoyando a la Congregación y a la Diputación del Hospital General, solicitó a Su Santidad el Papa Urbano VIII, la beatificación de este gran Siervo de Dios.

En 1637, la Nobleza de Madrid y el Ayuntamiento de la Villa, apoyando a la Congregación y a la Diputación del Hospital General, solicitó a Su Santidad el Papa Urbano VIII, la beatificación de este gran Siervo de Dios. Pero numerosas circunstancias adversas, entre ellas, las funestas guerras del siglo XVII, los enormes gastos del proceso y la desidia de algunos, fueron el motivo de que esta Causa acabara olvidada en los archivos de Roma, junto a tantas otras.

El sentir del pueblo llano y muchos miembros de la nobleza, consideraban a Bernardino de Obregón, aún en vida, como un santo, y esto se acrecentó tras su muerte, a cuyas exequias asistió el "todo Madrid" de aquella época. Sus biógrafos nos dan detallada cuenta de los prodigios obrados por su intercesión, de los detalles de una vida entregada al servicio de los demás y al cuidado de los enfermos más pobres. Son numerosos los testimonios aportados por gentes de toda condición social, desde los más humildes, hasta Nobles, Obispos e incluso Reinas de España.

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